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26 feb 2011

Acerca de Charles Bukowski y los elementos funcionales del arte.

Me había comprado una maquinita asombrosa.La había hecho traer desde el gran país del norte, una PC de mano. Nos penetrábamos mutuamente, ella sorprendiendo mis sentidos y mi inteligencia a cada momento y yo descubriendo sus mejores secretos. Fotos, videos, programas de oficina, conexión www…La pantalla un poco chica pero se re-bancaba.

Lo mejor de todo era la función de e-boock. Descubrí que en la red podía encontrar y bajar gratis virtualmente cualquier libro.

Para dar una dimensión de lo que acabo de escribir, tengo que compartirles que soy una persona que ha sufrido mucho (también gozado, no vayan a creer) en las librerías. También ha salido conmigo algún que otro ejemplar impago entre mis ropas. Los libros maravillosos que allí se ostentaban, ilegibles escondidos tras su precio, se sufrían. Sitúense, pasé mucho tiempo de mi infancia sin televisor, ya sea porque me cuidaban mis abuelos que no tenían, ya sea porque vivíamos en un pueblito que no recibía señal. Así que un libro era el artilugio antiaburrimiento más sofisticado disponible.


 



  Cuantos más dibujos tenía, más estimulaba la                  
                                        imaginación. Pero no esos libros infantiles de  versiones mal resumidas y letra grande con sosas ilustraciones.  Había colecciones de traducciones de clásicos con hermosos grabados que escenificaban los nudos de los relatos. No sé si al nivel del Quijote y Durero, pero con esos dibujos podías navegar el Caribe, remontar el Yukón buscando oro, hacer leguas bajo el mar, dar la vuelta al mundo en globo.



Así que imagínense cuánto más las historietas.
Narrativa gráfica.
Había algunas berretas en todo, el papel, los dibujos, los guiones. Pero había otras de páginas enceradas y brillantes colores, con personajes re-queribles que vivían momentos límite, mágicos, gráciles , cómicos; en fin: con buenos argumentos. Además, cuando nos empezaron a salir pelos y presionar las hormonas, aparecieron los cómics y nos liberaban un poco de la solemnidad. Porque ya no leíamos libros, ahora era Literatura, Autores… 


     Algún día voy a describir con precisión la técnica que intrumentábamos con mi hermano en la feria de parque Rivadavia. Decenas de puestos con los mejores cómics (usados, pero qué importa) y nosotros sin centavo, así que para no quedarnos fuera de la fiesta yo levantaba dos revistas para hojear (el puestero, pobre, solo veía una) y la segunda desaparecía en algún pliegue de mi gigante hermano que pasaba subrepticiamente por detrás. Repetida dos o tres veces la maniobra, sólo teníamos que volver al sucucho que habitábamos y darnos la gran panzada de climas y fantasía liberadora. 
 También invertimos mucho dinero en la industria editorial. Un amigo gastó su primer sueldo, íntegro, en las aventuras del Teniente Blueberry de Giraud- Moebius. Valían eso y mucho más. En la casa lo querían matar.
Teniente Blueberry

Lo primero que cargué en la maquinita fue la megaobra “El Incal”, de Moebius- Jodorowsky, y, veinte años después, me saqué las ganas de disfrutar de la historieta completa. Cada vez que encendía el aparato (un click, nada de esperar que se cargaran pesados sistemas operativos), me sentía rico en vida.





Después vinieron los libros. Títulos y autores que siempre había soñado, que me habían contado o que había leído en reseñas, o que mencionaban las canciones, en definitiva que de alguna manera habían despertado mi deseo y no había podido conseguirlos (recuerden, para entrar en una librería y decir:   -“Quiero ese libro”- hay que cargar billete). Además, a mí descuéntenme 12 años dedicados exclusivamente a leer medicina. 

Así que si se me aparecía un autor por el camino de las rutas mentales, leía atentamente la biografía en Wikipedia (la mejor literatura es autobiográfica, todo se reduce desde tiempos inmemoriales a un tipo contando experiencias, y qué mejor si son las propias).

 De las reseñas de los títulos elegía; y descargaba y leía uno tras otro en mi maravillosa maquinita. Porque una vez que un autor te pega y te salta la chispa querés repetir la experiencia una y otra vez, así que no parás hasta que no se acaben los títulos o la creatividad del autor (que es lo que pasó con Salinger, se re-neurotizó).

Con el primero que me ocurrió fue con Bukowski. Le leí todo. Llegué a sentir que lo conocía como a un familiar, de toda la vida.



O sea, él cuenta anécdotas de su vida, en varios cuentos y novelas de manera diferente pero las mismas. Incluso algunos libros son directamente autobiográficos, así que uno puede compenetrarse en las cosas que le pasaron y prácticamente vivirlas con él. Como todos los escritores que escriben cosas autobiográficas, con los huevos que hay que tener. 
Porque a nadie le resulta fácil escribir libremente de lo que le pasa por la cabeza, exponer las miserias para poder relatar las sublimidades. Sin una no hay otra; si querés contar lo mejor de vos sinceramente, tenés que ser capaz de contar lo peor. Lógico, también sinceramente.


Así que el viejo Chinaski, como se decía a él mismo, era capaz de describirse a sí mismo con su tripa escapando del cinto, su mal aliento, sus vómitos de borracho; en fin, podía quererse a sí mismo a pesar de sus bajezas. Qué humanidad. Mostró que es posible quererse a pesar de las miserias.

Pero volvamos a lo de función del título. Algo que cumple una función es algo que brinda un provecho, un servicio, facilita un balance positivo del intercambio de energía con el medio.
Y qué pinta el arte con esto?. Bueno, consideremos el caso Bukowsky. Un hijo de inmigrantes  alemanes criado en U.S.A durante la 2ª Guerra. O sea: imagínense viviendo en la casa del enemigo. Un poco outsider, no?

En su adolescencia, con un padre tiránico al que terminó volteando de un trompis antes de irse de su casa a los 17, y con un acné severo que acentuaba la fealdad de su cara, comenzó su carrera nómada a lo extenso de los E.E.U.U.: alcohol y trabajos bajos para pagarse pensiones baratas. Describió numerosos puestos por los que circuló resacoso. Colocador de carteles en las alturas de la ciudad, acarreador de medias reses en los mataderos, lumpenaje. En una fábrica de tubos fluorescentes, en la cual el dueño prefería cobrar el seguro a vender su producido, así que una vez que terminaban de acomodar cajas y cajas de tubos en estantes enclenques venía el jefe y tiraba todo, rompiendo, al tiempo que deploraba a viva voz la ineficacia de sus empleados que acomodaban todo mal. 
Finalmente trabajó por más de diez años en el Correo de los U.S.A. Piensen en el Pony Express, jinetes de posta recorriendo el enorme país, atravesando tierras de indios con mensajes; una tapa del Reader´s Digest de los ´50 con un señor prolijamente vestido de uniforme marrón y sonriente entregando un carta de amor un día soleado a una dama expectante. Por supuesto sus dientes tienen esa blancura. Bien, pero Chinasky era un ser resacoso y de salvaje supervivencia que vivió tantas anécdotas que luego contó en su primer novela: Cartero.


Así que acá tenemos una primer función del arte, en este caso la literatura. A los cincuenta años, Charles Henry Bukowsky Chinasky decidió jugarse el todo por el todo y se largó a tratar de vivir con lo suyo: renunció al correo y se dedicó a escribir. Y le fue muy bien. En cinco años tenía un nombre y le pagaban por recitar sus poesías en escenarios de rock, en bares, en universidades.


O esa no es una función, proporcionar dinero y prestigio, un ámbito de pertenencia, gente, mujeres. Ahí tienen, eso obtuvo Bukowsky de la literatura. Terminó con jacuzzi y auto caro. Su hija tuvo una gran pensión. Se filmaron películas con su historia.

No era un lumpen desclasado cualquiera. Él había leído. Me presentó a Dostoievski, Henry Miller, Knut Hamsun, Louis Ferdinand Cèline… Además, con un conocimiento profundo . Y si no lo creen escuchen:
A Henry Miller lo analizó con genio y dijo: “cuando es bueno es muy bueno, pero cuando es malo es muy malo. Y eso fue con justa razón. Miller cuando entra en exaltaciones místicas inspiradas brilla, pero también larga largas parrafadas de verborragia vacua. 
  Bueno resulta que lo visitó en su mansión los angelina (háganme acordar de leer Big South) junto con un editor que los conectó y arregló el encuentro.
Henry Miller
Él lo relata así: como siempre, se tomaron cuatro vodkas en el camino. El viejo les hizo franquear las puertas con su criado oriental. No se levantó de su sillón para recibirlos y los saludó displicentemente. Tampoco disimulaba estar entredormido. Venía tomando de una botella que tenía al alcance de la mano. El viejo estaba más allá de todo y parecía estar desconectado pero de repente reaccionaba y decía lo que le venía en gana. El diálogo es imperdible (una de las mejores cosas de Bukowsky son los diálogos, siempre tienen contenido, humor). El viejo de tan lúcido parecía incoherente. Cuando finalmente se durmió, a Chinasky se le ocurrió sacarle la billetera del bolsillo. Recuerden: si un editor lo llevó a conocer a un escritor ultrafamoso, ya en su vejez, era porque él mismo era reconocido, vendía, le pagaban para que diera recitales de poesía. Una travesura de viejo alcoholizado. Apareció el criado chino y lo inmovilizó con una toma marcial hasta que la devolvió. Los perros del parque casi se los comieron otra vez a la salida. Pensó llevarse una guitarra de 500 dólares abandonada sobre una hamaca pero desistió bajo la mirada del chino en la cortina.

Conocimiento profundo de los autores que nombra. Demostrado en los detalles biográficos sutiles que tira al hablar de ellos: de Hamsun, su vejez tranquila, dándose el gusto de escribir largas novelas disfrutables por disfrutadas (después de haber vivido lo que relata en una cortita: Hambre). 
Knut Hamsun
Louis Ferdinand Celine
De Cèline, que después de escribir esa genialidad que llamó Viaje al fin de la noche se reviró, dedicándose a insultar a lectores y editores.

De Dostoiewsky hablaba como de un amigo con el cual hubieran compartido las vivencias más profundas. Y es que cualquiera que lee a Dostoiewsky con la suficiente atención, (sólo hay que empezar, él sólo genera el interés y el clima), siente que compartió cosas profundas con él.






CODA




Se pasó cuatro años sin ponerla, pero cuando trinfó como escritor ( o sea pudo dedicarse a su alcoholismo sin tener que levantarse temprano, como dijo) recibía cartas (él, que trabajó entregándolas) de jovencitas apetitosas que se la querían probar. Por supuesto que aceptaba. Esperaba faldas en L.A. Airport todo el tiempo. Las llevaba al hipódromo, al boxeo, a su mugriento apartamiento, se las mostraba en bragas a los amigos. Pero él seguía sintiéndose vacío.


Sólo les voy a dejar una muestra de poesía y espero que   les guste. Si ya tienen ustedes años vividos suficientes como para preocuparse por la edad, fíjense si esto no les ayuda a envejecer:




Hubo una vez
En que fuimos jóvenes
Dentro de esta máquina
Bebíamos
Fumábamos
Tecleábamos

Fue un tiempo de
Esplendor 
Un milagro

Aún lo es

Solo que ahora
En vez de 
Ir hacia el tiempo
Es el tiempo 
El que viene hacia nosotros
Y hace que cada palabra
Taladre
El papel.

Clara
Rápida
Contundente

Alimentando
Un espacio 
Que se cierra.






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