Pages

28 nov 2010

El Bosco y su nave loca

Resulta que yo empecé a estudiar medicina con el propósito de ser psiquiatra.

Al principio lo veía como una carga.
-¿Para qué quiero yo saber medicina si voy a ser psiquiatra?.
Era como un supercurso de ingreso.
A medida que profundicé supe que estudiar biología, fisiología, patología, tratamientos; estudiar personas y su medio; suturar en las guardias... Cada vez me adaptaba mejor. Como si me hubiera criado en un hospital.
Igual, a pesar de que me gustó tanto la clínica médica, decidí seguir con mi plan original de estudiar psiquiatría. Así que arriba con tres años más de estudio, cursada y concurrencia. Cómo disfruté. Como lo lo aproveché y aprendí.
Terminé sabiendo que la psiquiatría es aquella especialidad médica que asiste al cerebro, igual que la nefrología al riñón.
Bueno. Resulta que simultáneamente trabajaba (trabajo) en una obra social, como oficinista, y al tiempo (que me resultó laaargo) de recibirme de médico me pusieron a fiscalizar (o "auditar", sagrada etimología) sanatorios generales.
Después vino lo más jugoso: cuando fuí psiquiatra, me llevaron de inspector de neuropsiquátricos.
Yo ya conocía varios, había hecho guardias en tres o cuatro, pero de repente me tiraron setenta clínicas encima. Toda la provincia de Buenos Aires enloqueció para mí.
Como nunca, revivieron para mí El Resplandor de Kubrik, Rayuela (recuerden el capítulo final en el neuropsiquiátrico) de Cortázar, Hombre mirando al Sudeste ( esa frase :"-Halopidol y a otra cosa, doctor").
Sentía que algo me faltaba entender.
Entonces paré la oreja y me enteré que una compañera de trabajo colaboraba con una biblioteca de psicoanálisis y le pregunté:
-¿Podés conseguir que me presten "Historia de la Locura" de Michel Foucault?
-Sí-, me dijo.
Entonces leí ""Historia de la Locura I" (como quinientas páginas) y después "Historia de la Locura II" (otro tanto). Me llevó como cinco meses, trabajaba toda la semana y apenas tenía resto como para leer tres o cuatro páginas por noche y me quedaba dormido.
Una imagen del principio del libro, cuando todavía conservaba la coherencia, me impulsó a terminar de leerlo, en la  inercia de esperar otra imágen que repitiera el galvanismo. Pero el libro luego se tornó tan complejo y volado como flotar en una alfombra mágica de humo.
Pero esa imagen.
En realidad era un dato histórico bonitamente narrado e interpretado por el pelado sidótico de Foucault.
Escuchen: Resulta que en la Europa medieval no sabían, en las ciudades, que hacer con los locos.
Eran molestos, de comportamiento impredecible, pero también eran un prójimo que no podía simplemente dejarse morir de hambre. Era el hijo o padre de algún vecino o cuñado o primo o un hermano que de repente enloquecía y no podía dejar de delirar, regalaba las telas de su padre con extravagante grandilocuencia.
No se lo podía dejar suelto ni matar como quien se saca una mascota enferma de encima, y todavía no existían los:...¡¡MANICOMIOS ASILARES!!!. 
Lo dije, perdí la compostura pero pude nombrarlos.
Entonces estos lindos europeítos medievales, que vivían a la vera de bonitos ríos como el Volga, o el Rin, o el Po o el Támesis, Sena o Vesubio, simplemente subían al loco del pueblo a la primer nave (o sea barco) que pasara. Los marineros (sería más apropiado rieros), hastiados, se desembarazaban de él en el siguiente pueblo.
O sea que desterraban, con este simple procedimiento, a los locos del pueblo.
Imaginen la expectativa de vida de los pobres esquizofrénicos o retrasados que tuvieran la desgraciada suerte de nacer en esas hermosas épocas.
Bueno. Entonces apareció El Bosco. Hierónimus Bosch. Busquen y lean.
Él alucinó una nave en la cual los locos, muchos locos y a fuerza de superioridad numérica, hubieran tomado el control.
Y pintó "La Nave de los Locos".
Véanla:



No hay comentarios :

Publicar un comentario