Es insólito que el descubrimiento historiobiográfico de que
Vincent Van Gogh no cometió suicidio no haya tenido una divulgación masiva
universal prácticamente instantánea. Demuestra que estamos ávidos de
apocalipsis y no vemos casi a propósito las buenas noticias que nos trae la
vida.
O sea, Kirk Douglas suicidándose en pantalla dramáticamente en 1956, vendió re-jóligud. Fijó, en el inconsciente colectivo, esa asociación entre talento locura drama muerte. Re patrás y todos comprando el drama, como si estuviéramos predestinados, buscáramos o nos gustase la tragedia, lo negativo, lo desmotivador, el argumento definitivo del “ves: no se puede libar y hozar al mismo tiempo” y otras letanías desvigorizantes por el estilo que de tanto éxito suelen gozar, y que esconden prohibiciones arbitrarias, tabúes, fobias supersticiosas y otras deformaciones sociomentales tras una presentación aparente de solemne sensatez.